Dos mujeres sin destino

La crisis de sequía es una batalla que no coge por sorpresa a la población de Anantapur. Es el distrito más seco de la India después de Rajastán. El apoyo de la Fundación Vicente Ferrer ha sido fundamental para paliar este endemismo en los últimos 54 años. Los embalses construidos y los sistemas de ahorro de agua para aprovechar al máximo este bien tan escaso han sido vitales para que las comunidades eminentemente agrícolas y ganaderas puedan recurrir al agua que apenas cae unos días al año del cielo.
Las mujeres sufren de una manera muy particular esta crisis, agravada ahora con el cambio climático. Muchas se quedan solas a cargo de sus familiares (hijos y suegros) porque sus maridos migran para encontrar empleo. Otras muchas también se ven obligadas a migrar y con frecuencia acaban siendo engañadas y caen en manos de mafias que trafican con personas. La sequía y la falta de oportunidades pueden causar verdaderos estragos en la vida de las mujeres.
Hemos trabajado en el campo toda la vida, no hemos tenido la oportunidad de aprender nada más”, dice Savithri Bai mientras Yasodhamma, una campesina como ella, asiente con resignación. “Hace años que no tenemos buenos cultivos porque no llueve. O si llueve, lo hace de manera que los campos se inundan y los cultivos se echan a perder”, afirma Yasodhamma. “Los únicos que siguen teniendo trabajo en el pueblo son los terratenientes de buenas familias que se pueden permitir instalar sistemas de riego para no depender de las lluvias”.
En los últimos 20 años, los cultivos de Anantapur y Sri Sai, distritos eminentemente agrícolas, se han reducido a la mitad
Como ellas, el 70% de la población de las zonas rurales del estado de Andhra Pradesh depende de la agricultura y, la mayoría, de los cultivos de secano. Durante los últimos 20 años, los cultivos de los distritos de Anantapur y Sri Sathya Sai han disminuido un 50%, según el Centro de Investigación Agrícola, y se han visto afectados por la sequía en 18 ocasiones, debido a la distribución desigual de las lluvias. La cantidad de lluvia registrada no ha cambiado radicalmente, pero sí ha aumentado la variabilidad de las precipitaciones –Anantapur tiene la más alta de todo el estado con un 76%- provocando una tendencia creciente a desastres ambientales extremos, sequías o inundaciones que dificultan la actividad agrícola. Todo ello, junto a la desigualdad de recursos y oportunidades, ha dejado las jornaleras en el abismo. “Para la mayoría de mujeres, no tener una fuente de ingresos estable y no poder comprar comida ha sido el inicio de un duro camino. Los maridos empiezan a beber y se incrementan las agresiones”, explica Nagalakshmi, asesora de género de la FVF en la región de Kadiri. Las más jóvenes también sufren las consecuencias. “Cuando no hay suficiente comida en las casas, los padres deciden casar a sus hijas prematuramente. Eso las obliga a dejar los estudios.
Los desastres ambientales como la desertificación o las inundaciones multiplican las amenazas, aumentan las tensiones sociales, políticas y económicas en los entornos más frágiles, a la vez que impulsan a las comunidades más vulnerables a sufrir más violencia. Esta realidad ha obligado a muchas personas de Anantapur y Sri Sathya Sai a abandonar sus pueblos y a dejar a sus hijos y familiares. Todo para asegurarles un futuro que allí no tenían. “Balepalli Thanda es un pueblo de Kadiri en el que viven 300 familias, y tan solo hay 20 que no tienen ningún miembro que haya emigrado a la ciudad. Todas dependen del campo. En la ciudad hay trabajo y, aunque las condiciones allí son terribles, la única opción que les queda es migrar”, afirma Sukanya, responsable del área de Kadiri.
El periplo de Yadoshamma y Savithri Bai para ofrecer un futuro a sus hijos e hijas ha sido ido desde los trabajos precarios a la mendicidad
Antes de que casaran a Yasodhamma, la familia de su marido abandonó el pueblo para ir a la ciudad y ganar un jornal. Ella siempre había querido estudiar. “Mi sueño era trabajar en un banco”, afirma. Sin embargo, a los 17 ya era esposa y madre. “Cuando me casaron, mi marido volvió a Hyderabad a trabajar. Yo no quería ir, y como no pude seguir estudiando, lo único que podía hacer era trabajar en el campo. Le dije que con lo que ganara como jornalera y el dinero que me mandara podría vivir en el pueblo. Pero pasaron los meses y nunca recibí ni una rupia. Cuando nació mi primera hija, vi que no podía seguir así. No quería irme a la ciudad, pero era la única opción para sobrevivir”, relata Yasodhamma. Savithri Bai vendía pañuelos, cargadores de móvil y palos de selfi en los semáforos. El marido de Yasodhamma tuvo que mendigar “Con el bebé no podía hacer nada más”. Ambas dormían en la calle con sus maridos. De hecho, Yasodhamma tenía que dormir sola con su hija cuando el marido se iba con sus amigos, algo que ocurría muy a menudo. “Me acosaban constantemente. Tenía 17 años, yo solo quería estudiar, pero vivía en la calle y solo podía mendigar. No tenía nada más”, confiesa. Además, las condiciones higiénicas eran nefastas. “Tampoco nos alimentábamos bien”, añade Yasodhamma. Los días que ganaban más, comían dos veces. El resto, una sola. “Estábamos muy débiles y enfermábamos a menudo”, explica Savithri Bai. Su marido contrajo malaria y, por una mala recuperación, se contagió de hepatitis después. “En menos de dos meses murió, y no estoy segura de cuál fue el diagnostico, pero sé que murió por las pésimas condiciones en las vivíamos”, relata Savithri Bai. Cogió un tren destino Hyderabad con su hija de cinco meses en brazos, con una bolsa y un par de mudas. Savithri Bai y su marido la acompañaron. “Me fui llorando en silencio”, relata Savithri Bai. Dejaba en el pueblo a su hijo de cinco años y a su hija de dos. “Mi madre iba a cuidar de ellos y así podían ir a la escuela. No sabía si volvería. Los vecinos me contaban historias de familiares que habían sufrido accidentes en la ciudad y se habían puesto enfermos o, incluso, algunos de los que no se sabía nada. Estaba aterrada”, confiesa.
Savithri Bai y Yasodhamma ponen rostro a la extrema dureza que hay detrás de cada historia sobre migración, un relato de desarraigo y de tristeza provocadas por el azar, por una natural búsqueda de un espacio para vivir con dignidad y ofrecer un futuro a sus familias. Toda esa lucha no siempre encuentra el final esperado, pero su impactante testimonio debería sacudir conciencias y poner sobre la mesa el improrrogable objetivo de salvar nuestro planeta de las terribles consecuencias de la sequía y el cambio climático.
Texto y fotos: Núria Navarro