Usha Rani: “Estoy orgullosa de enseñar lengua de signos para que mis alumnos no sean discriminados como yo”

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Usha Rani es una mujer apasionada por su trabajo que se define como “independiente y, sobre todo, feliz”. Hija de agricultores y con una discapacidad auditiva desde que nació, su vida ha estado llena de dificultades, pero ha hecho de ellas su fortaleza. Hoy es una de las personas responsables de enseñar lengua de signos a los alumnos y alumnas de la Escuela Inclusiva de Bukaraya Samudram. Ella misma fue un día alumna de una de las escuelas para menores con diversidad funcional de la FVF. “Cada día les recuerdo a mis alumnos el valor de la educación y la importancia de ser personas independientes y felices”.

Usha acudió durante años a un colegio del Gobierno, en el que asegura: “fui discriminada por no poder escuchar y no aprendí nada”. No fue hasta cumplir ocho años, cuando le diagnosticaron una discapacidad auditiva, que ingresó en una de las escuelas residenciales de la FVF. “Ese fue el primer paso que cambió mi vida”, asegura. “Ahí aprendí a comunicarme y conseguí salir de mi aislamiento”. Usha entró además a formar parte del programa de Apadrinamiento de la Fundación. A partir de entonces, tanto ella como su familia, tuvieron acceso a sanidad y educación.

¿Cómo fue tu infancia?

Mis padres trabajaban muchas horas en el campo y no les veía mucho. De mis primero años de vida apenas recuerdo nada, pero mi madre me ha contado que me gritaban muy a menudo. No entendían porque no les podía oír y no les hacía caso. Cuando tenía ocho años un médico les explicó que había nacido con discapacidad auditiva. Por ello muchos familiares me consideraban una persona de segunda, pero mi madre me ha querido desde siempre y me ha llevado a todos los sitios con ella. Nunca se ha avergonzado de mí.

Pasaste varios años en una escuela del Gobierno, antes de ser admitida en una de las escuelas de educación especial de la FVF. Imagino que no fue nada fácil para ti.

Creo que mi historia es como la de muchos niños y niñas que en esa época nacieron con alguna discapacidad. Mis padres me llevaron al colegio público de mi pueblo, pero no era capaz de aprender nada. El profesor me mantenía apartada en un rincón de la clase, y solo me enseñó a escribir los números.

En el Hospital de Bathalapalli diagnosticaron mi discapacidad auditiva y los médicos recomendaron a mis padres matricularme en los centros de educación especial de la FVF. Ahí aprendí por primera vez a comunicarme con la lengua de signos.  La Fundación me ha seguido apoyando durante los estudios de Bachillerato. Estar apadrinada nos dio a mi familia y a mi mucha seguridad y esperanza.

Desde hace unos años trabajas en la misma escuela en la que un día fuiste alumna. ¿Cómo es tu día a día?

Me levanto muy temprano, sobre las cinco de la mañana. Los niños empiezan la jornada con una sesión de yoga, les ayuda mucho para tener energía y activar sus cuerpos. Empezamos las clases a las nueve de la mañana y terminamos a las cinco. Para mí lo más importante no es solo que aprendan la lengua de signos, sino que confíen en sí mismos y en sus capacidades.  

¿Cuáles son tus planes de futuro?

Mi mayor sueño es seguir enseñando a muchos niños y niñas la lengua de signos. Solo a través de una buena educación podrán ser personas felices e independientes. Estoy orgullosa de enseñarles a comunicarse para que nunca sufran la discriminación que yo padecí.  
 

Texto: Fátima Yráyzoz